De los errores se aprende
Los errores siempre serán nuestro gran maestro.

El éxito es el reconocimiento a una aportación que sobrevuela lo habitual. Conseguirlo solo se logra cuando superamos dos obstáculos: la dificultad y la equivocación, y entonces ahí, conseguimos ¨la perfección¨.
Los retos no dependen de nosotros, estos surgen de las circunstancias, o bien, de quienes los utilizan como arma de defensa o ataque, porque siguen creyendo que nuestros triunfos degradarán sus intereses o capacidades.
El error es congénito a la raza humana. Todos, desde el más iluminado hasta el más fundido, cometemos desaciertos, si no, progresar sería imposible. La culpa es el mensajero que nos muestra el error. Y este es necesario, porque es el que nos da luz para transformarnos, es quien nos evidencia lo que no queremos hacer o ser y por eso creo importante hacernos amigos de él, resistir su incomodidad, su dolor y aceptarlo con amor.
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Entonces, siendo así, abro la pregunta: ¿por qué nos cuesta tanto reconocer que nos equivocamos? ¿Por qué nos cuesta tanto hacernos responsables de nuestras decisiones? ¿Por qué a veces esperamos, días, meses, incluso años, para poder verlos e integrarlos, sacar la lección y avanzar? ¿Por qué la mayoría de las veces queremos culpar a alguien más con tal de no hacernos conscientes de nuestras fallas?
Entre más tiempo de vida le damos a los deslices, más van creciendo en nuestro cerebro y más pesada se hace la carga mental. O es que entonces, ¿todos somos perfectos? ¿O es que tal vez somos tan ilusos como para creer y sostener que en todo lo que pensamos, decimos y hacemos no existe la posibilidad del desatino?
Reconocer nuestras faltas es abrirle la puerta al ingrediente que nos hace avanzar por el camino del entendimiento y de la posibilidad al cambio, es la antesala de la victoria en toda relación humana, pero, sobre todo, en la relación con nosotros mismos.
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Aceptarlos es asumir la responsabilidad, abrirle los brazos a la información y aprender la lección de qué hacer con la incomodidad. Es también la oportunidad de reflejarnos ante el otro, es el aprendizaje que nos habla de perdón. Y no solo el perdón a los demás, si no el más importante: el perdón a nosotros mismos.
Es entender que el autocastigo no nos lleva a ningún lado, que hay que tomar la enseñanza, sostenerla en ese lugar que nos hace sentir molestos, hacer consciente la información, visualizarla, analizarla, perdonarla y seguir. Solo así creo y estoy convencida que se transforman las equivocaciones: desde el amor, la paciencia y la incomodidad.
De nada nos sirve aferrarnos al error y enroscarnos en él, eso sería incubar el fermento del odio, el rencor y el desacuerdo, lo que nos hace caer en la nefasta recesión mental de tratar de detener lo único que no se puede y que todo el tiempo nos juega en contra: el tiempo.
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