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¿Cómo sanar las heridas del alma?

La capacidad de sentir del corazón, es proporcional a la capacidad de amar que tuvo.

Paola Albarrán
Paola Albarrán. Foto: Cortesía

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Hay heridas que son tan profundas, que son invisibles. Son las que te obligan a respirar en silencio. Como si el aire que inhalaras pudiera llevar un poquito de medicina a ese enorme vacío. Un vacío tan profundo que, de pensarlo, puede dar vértigo.

El pobre corazón parece que carece de razón y de matemáticas. Solo sabe dar, sumar, entregar. No sabe de cuentas. Ni de plazos, ni entiende de equilibrio. El pobrecito sólo va y se entrega, y ya en el camino, cuando la avenida donde circulas, se vuelve calle, y luego callejón sin salida, es cuando es demasiado tarde para dejar de sentir y entonces se destroza y se pulveriza.

Quedan esas heridas donde aún, en el recuerdo sigue amando, con lo poco que le queda. El pobre corazón acuchillado no puede morir. Tiene todavía la responsabilidad de darle vida a lo demás. Así es que no puede descansar. Le queda agarrar fuerza de lo que se pueda para poder sanar y cicatrizar.

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Las sonrisas son como los curitas que ocultan la herida de fondo. No es que deje de doler, es que se deja de ver. Pero para cicatrizar esas heridas profundas e invisibles se necesita mucho. Mucho amor propio y de los tuyos. Muchas letras, escritas, habladas, lloradas y reídas. Muchas lágrimas y horas de escucha, que generalmente, entre más te quieren, más te escuchan.

Se necesitan golpes en la mesa, y letreros gigantescos que te advierten de cuando te vas a desbarrancar, y un amigo te dice, ¡no! Así no. O simplemente poner un alto para no enrollarte más.

Se necesita estar cerquita de Dios. Estar donde más fácil lo puedas encontrar. En los niños, en las miradas, en las olas, en las faldas de lunares, en los olanes de las mismas. En las cuevas flamencas, en los jaleos que hacen brillar a alguien más. En el “que bonito” que alguien dice y otro lo reconoce. En el tiempo y contratiempo. En donde todo encaja perfecto. En las palmas que se dan solas y se contagian.

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En los consejos no pedidos, pero que no se olvidan. En las risas de las banquetas.

Para cicatrizar se necesita caminar muchos kilómetros, a veces sabiendo para dónde ir y muchas otras sólo caminar es lo que sana. El destino es el paseo. La música de la guitarra de aquel callejón, los árboles, las fuentes y los pájaros que vuelan entre ellos.

Calor de gente y calor de verano. Calor en las palabras de los tuyos. Calor de afuera a dentro y que se vaya pegando poquito a poco el corazón. Y muchas canciones. Aprenderlas hasta que te pertenezcan.

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Se necesita mucho de ti. Se necesita tiempo, esperanza, paciencia. Confianza, en saber que nada podrá jamás romper tu destino. Tú eres tu camino.

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Paola Albarrán

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