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¿Que en qué trabajo? La pregunta que nunca sé cómo contestar

Para quienes no me conozcan, me presento…

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L’amargeitor. Foto: Cortesía.

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Mis papás, me pusieron Valeria, yo me puse L’amargeitor y hoy respondo a los dos nombres por igual. Este mes de la patria cumplo 52 años y no tengo la menor idea de a qué hora pasó eso, yo en mi cabeza sigo pensando que tengo 35, pero mis rodillas opinan lo contrario. Tengo dos hijos asombrosos (sobre todo porque han sobrevivido a mi todos estos años y porque me ensañan algo nuevo todos los días), de los que probablemente escucharán hablar mucho por aquí: la de 19 y el de 17; tengo dos perros rescatados que son una de las mejores decisiones de mi vida familiar (y un dolor de muelas siempre que me quiero ir de vacaciones o alguien toca la puerta y no paran de ladrar); estudié comunicación y durante mucho años me dediqué al lanzamiento de películas en cine, (si viste Amores Perros, por ejemplo, yo tuve un poco la culpa); me casé, tuve chambitas varias y luego, la chamba más importante de mi vida: la de ser mamá, que tuve el privilegio de hacer de tiempo completo durante 10 años, hasta que me corrieron del horario vespertino sin liquidación, ni previo aviso y dándome como única razón, que mi desempeño como portero dejaba mucho que desear y que había un vecino de la edad de mi jefe (que tenía 7) que jugaba mejor que yo. Pedí trabajo en un startup de puras mujeres mucho más jóvenes que yo, lo cual fue una experiencia llena de aprendizajes emocionantes (y otros escalofriantes) que agradeceré siempre porque me reseteó y porque de ahí se han dado gran parte de las actividades y las relaciones cercanas que hago y tengo hoy, comprobando que, por más que nos cague el cliché, las cosas sí pasan por algo. En esa chamba propuse que nos turnáramos para escribir una columna a la semana para generar contenido en la nueva página web y un día, cuando pensé que había encontrado mi camino godín nuevamente y que el balance (o más bien el dominio del malabar) entre ser mamá y trabajar estaba bajo control…me corrieron.

Una cosa llevó a la otra y varias tardes de tequilas después con mi amiga Ana Francisca, responsable además de nombrarme Amargeitor (hasta la madre de escucharme lamentarme de que nunca encontraría algo que hacer) me hizo abrir un blog (concepto del cual yo tenía cero conocimiento) con la encomienda de: “sigue escribiendo, todavía tienes muchas cosas que decir”.

Escribo esto 10 años después, maigod, insisto… ¡¿a qué hora pasa el tiempo!?

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¿Que qué hago? …nunca sé cómo contestar esa pregunta, porque sigo sin tener una respuesta, pero si tuviera que hacer un “resumen” les diría que llevo unos 8 años publicando dos columnas mensuales en diferentes medios (El Huffpost, SobrevivientesMX, MOI, Cuestione, Opinión51 y a partir de hoy, orgullosamente, empiezo a hacerlo aquí), tengo cuatro audiolibros en Beek; y aunque yo no lo crea y contra todos los pronósticos yo, que tengo pánico escénico y soy totalmente introvertida, vivo de dar conferencias en escuelas, empresas, foros, eventos y básicamente en donde me inviten, me la paso de viaje (mi app de Uber piensa que mi oficina es la terminal 2), lo cual me ha permitido conocer gente increíble y lugares a los que probablemente nunca hubiera ido. Mi amiga Sissi me aventó al precipicio de lo de hablar en público y por más que pensé que me iba a morir, ¡no me he muerto! (Aunque cada vez antes de empezar sienta tantito que sí todavía). Tengo un podcast con otras dos señoras chingonas, locas y opinionadas como yo que empezó, como todo lo demás, de casualidad y que hoy es una de mis principales fuentes de felicidad (y a veces de estrés) y un espacio en donde he conocido gente que de otra manera difícilmente hubiera podido conocer y tener conversaciones, absolutamente enriquecedoras o para carcajearme por horas con estas señoras socias que la vida me vino a poner y con las que juntas nos llamamos La Burra Arisca. Hace un año, Penguin Random House publicó mi primer libro, Las cosas que no nos dijeron y que es sin lugar a duda, mi tercer hijo (con la diferencia de que este me ha dejado dormir y me ha dado un poco de dinero). Tal vez este sea un buen lugar para anunciar que hace unas semanas acordé con Penguin, un segundo libro, un cuarto hijo y un nuevo motivo para estresarme ¡claro que sí! porque, resulta, querido lector, que además de todas esas cosas soy angustiosa profesional y si buscan el término “angustia catastrófica galopante” verán que lo tengo patentado.

Aparte de eso voy y vengo todo el día en esta CDMX tan escalofriante y maravillosa y me encuentro inmersa en una reingeniería profunda de mí misma a mis tiernos 52, siendo que después de 24 años de compartir la vida con el papá de mis hijos, tomamos la decisión de seguir siendo sus papás en equipo, pero de jugar en singles en eso de la vida y pues…los retos, pedos, miedos, oportunidades y montaña rusa que este nuevo status conlleva, son una de las cosas que nadie nos dijo.

Cambiar mi proyecto de vida después de tanto tiempo, ha sido uno de los trabajos más culeros, más cabrones y más difíciles que he hecho (más que parir dos hijos psicoprofilácticos, amamantar un año a cada uno, o dejar de fumar), en este también hubo un momento en donde pensé que me moría y hoy, dos años después, me impresiona ver que no sólo no me morí, estoy volviendo a nacer, a hacer, a ser.

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Estoy aprendiendo a creérmela. Y no en el sentido de creerme la muy muy, sino en el sentido de creer en mí. A saber que puedo. A querer poder. Y a estar pudiendo. A decirle a mi síndrome del impostor perpetuo que se siente tantito y me espere de vez en cuando.

Una de las bendiciones de los años es que te curten, de ahí que más sepa el diablo por viejo, que por diablo. ¡Y vaya que los últimos me han curtido! Me voy dando cuenta de que, si bien todo me estresa de entrada, todo me va pareciendo menos terrorífico más rápido, voy aprendiendo a cuidarme, a prepararme, a priorizarme, a tocar puertas, a tomar oportunidades, a soltar lo que no quiero, a hacer cosas que nunca pensé que haría y a darme tiempo de ser feliz y simplemente, disfrutar la vida.

He aprendido también a tener miedo y a usarlo como gasolina para seguir remando en lugar de quedarme atorada en el ataque de pánico, me cuesta un huevo, pero ahí la llevo. Estos dos años me he dedicado a trabajar MUCHO en mí. En conocerme y re-conocerme, mi terapia es no negociable y lo de encargarme de mi salud, tampoco.

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Mi trabajo más importante, sin embargo, sigue siendo el de ser mamá, siguen siendo mi proyecto más importante, aunque efectivamente no me necesitan ya para casi nada, yo sigo apostando a que no hay nada más poderoso para los hijos, que la presencia constante y discreta de nosotros, sus papás.

¡Bienvenidos a mi nueva columna! No hay temas, ni reglas, ni línea, digo muchas groserías, soy chorera profesional y miento madres a gogo de la estupidez infinita de la humanidad que, por más horas de terapia que me chute, me sigue haciendo que se me retuerza el estómago regularmente.

Hablo de todo, de nada, de nuestro país, nuestra sociedad, nuestros hijos, nuestros trances propios de la edad, hablo de ti pero sobre todo…hablo de mí. Lo que vas a leer aquí, son simple y llanamente, las intensidades que pasan por mi mente cada día porque resulta que Ana Francisca tenía razón y sí, todavía tengo muchas cosas que decir y ¡ojalá! ustedes las vengan a leer.

Que conste que se les dijo y se les advirtió, El Heraldo ya sabe cómo soy y con todo y eso… ¡me invitó!

Si quieres leer mis columnas anteriores puedes ira www.lamargeitor.com y puedes seguirme en redes (bajo tu propio riesgo) en @lamargeitor.

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L’amargeitor

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