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AIRE PARA PENSAR Y DEJAR PENSAR: Basta con escuchar

Para ser maestro de tu vida debes darle la espalda a tu público

Paola Albarrán
Paola Albarrán. Foto: Cortesía

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Una noche de invierno, la luna llena. La gente llegaba con sacos de terciopelo, bufandas de seda, tacones. Zapatos boleados. La mayoría vestía de negro. Para asistir al evento de la orquesta sinfónica. Lo más puro cuando de hablar de música se trata.

Las personas comentaban entre ellos la ubicación de los lugares, algunas personas se saludaban entre sí, en estos encuentros genuinos. Hablaban en tono bajo en esta sala que imponía. Con seguridad, sin pretender nada más que escuchar y llenar el alma con algo que no tiene medida ni peso, pero que transforma el universo entero. La música. En silencio, y unos minutos después salen los músicos. Se acomodan en sus sitios. No hay nada que sea casualidad. Todo tiene sentido. Todo está premeditado para que con esa formación, el sonido viaje de tal manera que pueda llegar a conquistar cualquier alma que pueda estar dispuesta a escuchar. Pues basta con escuchar para poder transformar cualquier realidad.

El oído, la energía, la maestría. Cuando pones atención, identificas mejor los acentos y claro oscuros que tiene la vida. Estar alerta. Despierto y atento. Los instrumentos se afinan para coordinar esfuerzos, corregir. Ponerle un punto antes de arrancar. Hacerse uno mismo con el instrumento. Así, cada músico con su instrumento y con las historias ocultas. La relación y el tiempo invertido, las notas, los movimientos. Reescribir la historia y volverte a enchufarte con la vida. A través de algo más grande.

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Y entonces sale el director. Le da la espalda al público para poder dirigir a la orquesta.

El director, este genio creativo que adelantado esas milésimas de segundo, puede con sus manos dibujar un universo. Donde conoce con maestría y seguridad qué, cómo y cuándo suena y cuáles son los movimientos para hacer que suceda.

El maestro confía en cómo todas las partes saben hacer su trabajo. En lo diferentes que son. Con manos al aire, acaricia el viento. Lo envuelve. Se despeina, lo pica, lo reta. Se escapa por unos segundos de este plano estando tan sólo a un escaño de distancia del piso.

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Se trata de volar de imaginar, de soñar, de confiar. De romper el silencio. Ser un maestro de orquesta es adelantarse, aunque sea por unos instantes, a los tiempos. Y saber que un silencio muchas veces comunica más.

Un maestro sabe colocar los acentos donde van y hacer esperar a cada instrumento al momento indicado para que tenga su momento estelar. No se trata de que todo participe todo el tiempo, sino que cada instrumento tenga su espacio y su tiempo. Los acentos. Los tiempos, saber esperar.

Sin importar si se trata de cuerdas, o alientos, o en las percusiones, todo toca para llegar a tocar una armonía. Donde trabaje el alma y se llegue a la calma. Y se pueda llegar a construir una emoción.

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Ojalá pudiéramos tener esos segundos de ventaja en la vida para saber qué es lo que se avecina. Pero la vida es como es. Sin avisos, ni ventajas. El arte está en disfrutar el ritmo de cada pieza. Es como realmente podremos encontrar la maestría en cada día.

Basta con escuchar y tener el valor de subirte al escaño. Darle la espalda al público y saber que la unión de voluntades será lo que le dará la riqueza, en los contrastes perfectos para despegar los zapatos del escaño y entonces sí: poder volar.

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