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Molti Diversi: El Estadio Azteca

Un cambio de nombre, pero no de identidad

María del Mar Barrientos
María del Mar Barrientos

Algunos lugares forman parte de la memoria colectiva del país, y el Coloso de Santa Úrsula, es uno de ellos.

Hay sitios que no necesitan presentación. No hace falta explicar qué son ni qué significan, porque forman parte de la memoria colectiva de un país. El Estadio Azteca es uno de esos lugares que no es sólo un recinto deportivo, es historia, es arquitectura, es la pasión por el futbol, es Ramírez Vázquez, es Televisa, es el América, es emoción; el Estadio Azteca es México. Y si recordamos que el futbol es casi una religión en nuestro país, el Azteca, sin duda alguna, es su templo.

Hace poco se anunció que su nombre cambiaría a Estadio Banorte, noticia que provocó varios comentarios positivos y negativos. No porque un patrocinio sorprenda en el futbol moderno, sino porque el Azteca no es un nombre cualquiera. Es un símbolo. Es el lugar donde el futbol se vive con una intensidad única, donde generaciones han reído, han llorado y han sentido la magia de este deporte. Ponerle otro nombre al Azteca se siente, para algunos, como cambiarle el nombre a un viejo amigo. Aquel que ha estado en los momentos más importantes, que ha visto brillar a leyendas y que ha sido testigo de noches épicas que aún erizan la piel.

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Porque el Azteca es el lugar donde Pelé y Maradona escribieron capítulos gloriosos. Es el templo donde la Selección Mexicana ha vivido sus victorias más memorables y también sus derrotas más dolorosas. Es la casa donde el América ha forjado su leyenda, donde el público ha convertido cada partido en un ritual sagrado.

Más allá del futbol, el Azteca también ha sido escenario de conciertos inolvidables y momentos históricos. Ha reunido multitudes para ver a íconos de la música y ha sido testigo de encuentros que han marcado generaciones.

El cambio de nombre no viene solo. Forma parte de un proceso de modernización que busca preparar al estadio para el Mundial de 2026. Se habla de una remodelación que lo hará más cómodo, más tecnológico, más sustentable. Y eso es bueno. Un estadio de esta magnitud merece estar a la altura de los tiempos.

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En el fondo, lo que realmente importa es que el Azteca —o Banorte, o como quieran llamarlo— seguirá siendo el mismo. Porque lo que lo hace especial no es la placa con su nombre, sino la historia que se ha escrito en su cancha y las emociones que despierta cada vez que sus luces se encienden.

En 2026, este estadio hará historia al convertirse en el único en albergar tres Copas del Mundo. Al final, el Azteca no es solo un nombre. Es un sentimiento. Y eso, por más que cambien las letras en su entrada, nunca se va a borrar.

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María del Mar Barrientos

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