Mi cuerpo se siente liberado porque mi hijo ya no es un bebé
Se necesitan días para asimilarlo, vivir el duelo correspondiente y apoyo paternal
Acabo de ver un video en instagram sobre un papá que sostiene a su bebé de meses y lo entretiene haciéndolo reír mientras le aplican la vacuna. El bebé ni se inmutó del piquete gracias a lo entretenido y sonriente que lo mantuvo su padre, al ver esa imagen tan bella, me vinieron dos cosas a la cabeza (además de llorar porque soy muy sensible a los recuerdos).
Primero
Nunca más volveré a tener un bebé, mi hijo es mi último bebé. Cargarlo, arrullarlo y sostenerlo sobre mi pecho por horas ya no podrá ser. A pesar de que aún somos muy físicos uno con el otro, es decir, nos besamos, abrazamos y acariciamos gran parte del día y
de la noche, aún así, ya no es mi bebé. Es un toddler de casi 4 años.
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Ya no más noches en vela amamantando.
Ya no más sostenerlo con un solo brazo.
Ya no más miradas profundas de amor entre un silencio interminable.
Ya no más la gracia de ver encías vacías de dientes.
Ya no más pañales desechables ni de día ni de noche.
Ya no más bebé.
Mi cuerpo se siente liberado, pero también con el compromiso de mantenerse fuerte y sano porque ahora toca andar detrás de un toddler que trepa y se columpia ante cualquier superficie sin el más mínimo atisbo de peligro. El mundo es su playground pero ya no hay bebé. Sí, necesito unos días para asimilarlo y hacer el duelo correspondiente, ¿y sabes qué? Tú también. Todas las mamás sabemos cuándo será la primera vez que acurrucaremos en el pecho a un pequeño bebé, pero nunca sabremos cuándo será la última. No es invento, es la cruda realidad, en un abrir y cerrar de ojos ese bebé ya tiene tres años y mide un metro de largo.
Es el paso natural del tiempo, me repito, es el desarrollo básico de todo ser humano, ir evolucionando de etapa en etapa. Y el proceso de ser un bebé para luego convertirte en un toddler debe ser fascinante, y si tienen suerte y mucha diversión, la pasarán con varios chichones, un par de esguinces y/o fracturas de menor grado. Háganlo con precaución pero sin miedo, de todas maneras va a pasar.
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Segundo
GRACIAS UNIVERSO POR LOS PADRES DE MIS HIJOS. Por los dos.
Mi ex-marido es el padre de mi hija mayor. Estamos divorciados. Aquello fue un intento de matrimonio que resultó en una especie de modern family y lo más importante, en el mejor padre que mi hija pudo tener.
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Si puedo hablar de un padre presente y responsable en TODOS los aspectos, es él. ¡Qué afortunada es mi hija! Y también agradezco por mi esposo, papá biológico de mi hijo y padre de corazón de mi hija. Él se ganó el amor y respeto de ella a los meses de conocerse, y desde entonces no se han soltado. Es más, la conexión entre ellos es tan importante que yo estoy segura que si la relación con mi marido llegara a terminar, el vínculo y deseo de estar en la vida uno del otro no acabaría. Ellos dos son padre e hija más allá y a pesar de mí. Una vez más, ¡qué afortunados son mis hijos! Y ¡qué afortunada soy yo por contar con ellos!
Aprendí más a fuerza que por gusto a pedirles ayuda y apoyo para paternar a sus propios hijos. He puesto límites claros e inamovibles: la responsabilidad de mantener, contener, educar y amar a estos hijos es tan suya cómo mía. Afortunadamente nunca he obtenido un no de su parte, de ninguno de los dos. Entiendo que esta es mi experiencia, muy personal e individual, pero lo que no debe ser personal y debería ser uso del sentido básico de responsabilidad es que toda madre y/o padre logren educar y contener a sus hijos en pareja o en tribu.
- Mujeres madres: pidan lo que necesitan. Luchen por hacer válidos sus derechos y los de sus hijos, pedir no te hace mala madre, sino todo lo contrario.
- Estás hecha para maternar en tribu, ¡NUNCA SOLA!
- Yo sé que no es fácil, alguna día les contaré la historia en la que terminé en un juzgado exigiendo y recibiendo ciertos derechos, y sino me hubiera armado de valor, no estaría compartiendo lo que escribo hoy:
GRACIAS a los padres de mis hijos por estar. Me queda claro que es lo que les toca, pero en mi corazón nunca estará de más reconocerlo y agradecerlo. ¡Qué afortunados son mi hija y mi hijo!, lo repito, así cómo ese bebé arrullado por su papá, quién lo mantuvo a carcajadas para evitar que le doliera mientras le aplicaban una vacuna.
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