Separé a mi familia para seguir creciendo profesionalmente

Este fue un proceso donde la culpa y el control me invadieron hasta que entendí que podía pedir ayuda.

Erika de la Rosa

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Soy una madre dedicada y presente. Diseño mi vida en torno al bienestar de mis hijos, procuro no dejarme de lado pero para eso necesito del apoyo de mi tribu y lo confieso: a veces, no puedo evitar sentir culpa.

Perseguir mis sueños o quedarme en el sueño de tener una familia unida

Desde hace cuatro meses vivo en Bogotá, Colombia. Vine a filmar una serie, en algún momento paré mi carrera como actriz por dedicarme a maternar, y cuando decidí volver la dinámica familiar cambió, esta vez no fue la excepción.

Inmediatamente me puse a organizar la nueva manera en que viviríamos esta etapa, sabiendo que en esta industria a veces no hay horarios definidos y no siempre se tiene el control de todo.

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Separé a mi familia, lo hice desde la valentía y la culpa, porque la sociedad dice que debemos crecer unidos sin importar cómo y dónde. Tomé las riendas, a mi hijo menor y emprendimos este viaje. Mi hija y mi marido se quedaron en México (ella tiene que seguir en la escuela y él en su trabajo) era válido que no movieran su mundo por mí. Todos lloramos pero soltar y darle el ejemplo a mi hija de perseguir sus sueños a cualquier edad, era también importante para mí:

Estaba muy decidida pero a ratos me cuestionaba si no estaría sembrando un trauma para ella por no ser una mamá presente: ¿Y si mejor la saco de la escuela, sus clases de danza y la tengo conmigo todos los días?. Pensaba desde el egoísmo. Afortunadamente ella ya va a terapia desde hace tiempo y eso ha ayudado a mejorar nuestra comunicación. No iría a Colombia y no dejaría su vida en México, lo tenía claro.

Aún así seguí buscando “la mejor decisión” o a lo mejor quería justificar el hecho de que me costaría trabajo soltarnos, así que hablé con la psicóloga de su escuela, seguí la plática con su padre y después con mi marido, y entre todos decidimos que lo mejor era mantener a mi hija dentro de su rutina, ellos me apoyarían y es algo que agradezco profundamente porque para educar a UNA persona se necesita TODA un tribu y ellos lo son. ¡Qué alivio!

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Aún así, sentí culpa.

Hoy la mitad de mi familia vive en Bogotá y la mitad en México. Al principio me sentí un poco liberada, como si fuera el inicio de unas largas vacaciones, el hecho de sólo tener que encargarme de un hijo de forma presencial, mientras que de mi hija lo hacían sus dos padres me hizo sentir liviana, yo creo que mis niveles de cortisol bajaron por unos días, ¡ja!

Pero luego volvieron a subir, y con peso extra, con mucha culpa, o a lo mejor solo extrañaba estar con mi familia, esa por la que siempre trabajé en tener y ahora la estaba separando una vez más.

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Me di a la tarea de identificar qué tanto nos ha afectado esta separación, traducción: ¿qué tan culpable me siento por haber dividido la casa en dos? y ¿cuáles serán las consecuencias? ¿Por qué sentía una especie de alivio al estar lejos? ¿Cómo es posible que acá en Bogotá me rinda el día para ir a tomar un café sola y ponerme a leer o a escribir? Alivio pero a la vez culpa porque estaba delegando toda la responsabilidad de mi hija mayor a mi marido y no creía al 100% que lo pudiera hacer, esa es la realidad, no confiaba en que pudiera lograrlo.

¿Y entonces qué hice? Comencé a dar órdenes. La vieja escuela “control freak”, ese hábito difícil de dejar. Comencé a dar órdenes a mi marido, no indicaciones, órdenes, sobre cómo hacer ciertas cosas en la casa de México. Le reclamaba, y si no recordaba, le reclamaba por actividades y responsabilidades de mi hija.

Al paso de varias semanas, una noche me dormí llorando después de haber peleado con mi esposo y de haberle echado en cara que yo no podía seguir haciéndome cargo de todo, que me era imposible seguir sosteniendo emocionalmente a dos hijos, a un esposo y dos casas mientras grababa 16 escenas por día a miles de kilómetros de distancia, y él me contestó: No es mi intención que sientas que cargas con todo sola, estamos bien. Confía y suelta el control, tienes ayuda.

Y como el encendido de la bombilla de la lámpara me cayó el 20: ¡La ayuda la he tenido siempre!, pero no estaba confiando en que alguien más lo pudiera hacer bien a su manera. Las semanas que mi hija pasa en México está bien cuidada por su papá, mi marido, mi hermana, mi comadre, la coordinadora de danza y hasta algunas mamás de amiguitas de la escuela. Sí TENGO UNA RED DE APOYO. Cuento con mi tribu, entonces ¿por qué me enojo por tener que hacer uso de ese maravilloso recurso? ¿Por qué no me permito recargar y confiar? ¡Qué locura! Qué contrariedad, ¿cierto?

La culpa venía de la expectativa de sacrificarlo todo por ser madre

Entendí que la culpa viene de la expectativa. De lo que nos han hecho creer que debemos ser: madres entregadas y sacrificadas 100% a sus hijos. La lógica me dice: si te atreves a ser diferente y a no dedicarte en cuerpo y alma a tus crías has fallado como mamá pero eso es una gran mentira.

El amor que siento por mis hijos NO TIENE NADA QUE VER, con mis planes, metas personales y profesionales, estos no se contraponen, al contrario, se nutren e impulsan uno al otro. Estoy absolutamente convencida que soy mejor madre porque puedo desarrollarme en el ámbito profesional, y también soy mejor actriz porque puedo confiar el cuidado de mis hijos a sus padres y familiares.

No es necesario dejarlo todo, parar tu carrera, tus sueños y metas por dedicarte a maternar. Hoy te digo, NO ES NECESARIO SOLTAR-TE, estoy segura que si volteas a los lados encontrarás esa red de apoyo y si sueltas la culpa y el control tu maternidad mejorará abismalmente. Yo no podría estar aquí en Bogotá actuando y escribiendo esto si no fuera por mi maravillosa tribu.

Llegó el verano y ahora sí estamos todos viviéndolo desde nuestra plenitud: una madre feliz por la fortuna de hacer lo que tanto le apasiona, una hija que está conociendo una nueva cultura fuera de su país, un hijo alegre por los nuevos amiguitos y un marido un poco aburrido de estar solo en casa pero con esa emoción (que quizá habíamos dejado un poco) de volver a reencontrarnos.

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Erika De La Rosa

Mexicana y madre de dos, dispuesta a compartir las experiencias que conllevan el camino a la maternidad desde las fibras sensibles del control y la autoconfianza. Actriz de teatro y la pantalla chica, profesión que me ha llevado a vivir los estragos de equilibrar una vida entre la realidad y la ficción. Próximamente estrenaré podcast dirigido hacia el camino de la crianza consciente.

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